El regreso de Indiana Jones


En vísperas del estreno de la película ‘Indiana Jones y el Dial del destino’, el programa Espacio en Blanco (RNE) del domingo 4 de junio dedicó su segunda sección a analizar las películas del mítico arqueólogo. Huelga decir que yo, más que un admirador del personaje y sus hazañas, soy en cierto modo un damnificado. Sólo esa devoción casi religiosa puede explicar que acabara cursando en la UNED tres años de la carrera de Historia, que ya va siendo hora de retomar antes del advenimiento de la siguiente pandemia. Pese a que Indiana Jones está considerado, por sus colegas, el peor arqueólogo de todos los tiempos (ya que destrozaba todo lo que encontraba a su paso) lo cierto es que sus películas han desencadenado muchas vocaciones. Algunos arqueólogos e historiadores de mi edad lo son gracias a En Busca del Arca Perdida (1981) y, sobre todo, gracias a Indiana Jones y la Última Cruzada (1989). Somos muchos -quizá la mayoría de nosotros- los que hemos modificado el curso de nuestra vida merced a una aislada anécdota, una frase oportunamente pronunciada o una insignificante historia que nos llegó deformada y engrandecida. Poco importa la intrascendencia del detonante y la incomprensión general hacia nuestras insondables decisiones. En mi caso, fue la película de Billy Wilder, Testigo de Cargo (Witness for the Prosecution) de 1957 la que me rescató de la Física y del cálculo de integrales. En ese momento no se me ocurrió que no todos los abogados se dedicaban a defender a presuntos homicidas ni que no todos los letrados se parecían a Sir Charles Laughton ni usaban un monóculo para detectar si el cliente mentía. Todavía recuerdo que, un año más tarde, en una clase práctica de autoescuela en Jerez, mi profesor me preguntó si yo llegaría a defender a un asesino. No recuerdo qué le contesté pero sí recuerdo que se me apareció la figura regordeta de Charles Laughton dirigiéndose al jurado de la Crown Court. La filosofía estoica, tan de moda en nuestros días, predica la necesidad de inspirarse en una persona virtuosa y en sus obras para saber cómo se debe actuar en cada delicado momento de nuestra vida. No sé qué pensarían los estoicos Marco Aurelio o Séneca si supieran que grandes profesionales y eruditos se han inspirado en personajes inexistentes, producto de la mente retorcida de algún autor de vida disoluta. Indiana Jones, Julio César, Voltaire, Madame Curie, Hernán Cortés, Juana de Arco, Sherlock Holmes, el Comisario Maigret o Luke Skywalker, todos ellos, a su modo, son inspiradores. Su paso por el mundo, real o ficticio, nos invitó a hacer de nuestra vida algo valioso e irrepetible. Aguardo con impaciencia el estreno de ‘Indiana Jones y el Dial del destino’. Todavía me siento con fuerzas para dejarme inspirar por algo o por alguien.


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