Me han robado el móvil


El martes pasado asistí a seis personas en distintos juzgados de instrucción de Marbella. Lo sorprendente fue que la mitad de los asuntos fueron por “simulación de delitos”.

Cada día es más frecuente que quien pierde o destroza su móvil simule un robo, inventándose situaciones y personajes que se deben reflejar en la correspondiente denuncia -algunos hasta se autolesionan para parecer más verosímiles-, y ello con la intención de que el seguro les cubra el siniestro y les reponga el terminal.

Mi experiencia personal con estos seguros, que te tratan de endosar cada vez que te compras un aparato electrónico, es nefasta. Son carísimos, pues las primas anuales pueden alcanzar hasta el 25% del precio, y cuando ocurre el siniestro rara vez te responden como correspondería al alto precio pagado. Te ponen todo tipo de obstáculos y demoran en lo posible la recogida del aparato estropeado. Si echas cuentas llegas a la conclusión, hablando en lenguaje vulgar, de que te han robado o estafado.

Sin perjuicio del reproche penal que merezcan la denuncia falsa y la simulación de delitos, en cierto modo, el simulador me parece una víctima. Contrató un producto horroroso que le impulsó, para “sacarle partido”, a inventarse un delito inexistente y, por ello, a verse envuelto en un procedimiento penal.

Pero lo peor no es eso. Lo peor es la escasa capacidad creativa que muestran los simuladores en sus denuncias. Esa pobreza intelectual revela un ínfimo caudal literario. Cualquiera que haya leído a Conan Doyle, Agatha Christie o Georges Simenon (cuyas obras completas, con el comisario Maigret, guardaba mi padre en una estantería) saldría airoso de un interrogatorio policial e inventaría denuncias verosímiles, que no fueran un insulto a la inteligencia.

Así que ya sabéis, si vuestros hijos no leen, advertirles que pueden acabar en la cárcel, donde les estará prohibido, por duro que parezca, utilizar el teléfono móvil.


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