En junio de 1939, en un concierto de gala ofrecido a los reyes de Yugoslavia, al dirigir sin la partitura Die Meistersinger von Nürnberg, Herbert von Karajan se perdió, los cantantes se callaron, la orquesta se atascó y, durante la confusión, alguien se agarró de una cortina, perdiendo el equilibrio y rasgándola estrepitosamente. Hitler, que presenció enfurecido la escena, gritó a Winifred Wagner, nuera del compositor y organizadora del concierto: «Herr von Karajan jamás dirigirá en Bayreuth mientras yo viva».
Gracias a esa metedura de pata, Von Karajan, que se había afiliado al Partido Nacionalsocialista en 1933, cayó en desgracia para el Régimen que no toleraba a torpes ni a incompetentes. Su castigo le permitió, tras la guerra, limpiar su controvertido pasado, al contrario que otros grandes directores que habían merecido el beneplácito permanente del Führer y que se hundieron, por esa causa, en el ostracismo artístico al concluir la contienda bélica.
Lo que me sorprende de la escena no es el capricho del Destino, ni hasta qué punto lo que parece hoy nefasto puede convertirse en un regalo con el transcurrir del tiempo. En una serie de televisión emitida a principios de las años 90, llamada «Puente de Brooklyn», el padre de una familia de inmigrantes judíos de segunda generación, contrastaba su vida mediocre de cartero con la de un amigo que no tuvo la suerte de aprobar la oposición a Correos. El amigo que suspendió, dirigió sus esfuerzos a estudiar en la Facultad de Medicina de la Universidad de Columbia y se convirtió en un brillante hematólogo.
La orfandad del ser humano es alarmante. Los músicos que actuaban en Bayreuth, pese a haber ensayado la obra una y otra vez, y conocerla de memoria, se sintieron huérfanos al no comprender los movimientos heróicos y enérgicos de Karajan, que no gesticulaba como debía, y se arrojaron con el Líder al precipicio.
También los ciclistas tienen la necesidad de acompañarse de otro corredor, alternando la posición de cabeza, para alcanzar más velocidad y poder resistir la dureza de la prueba. ¿Acaso ambos ciclistas no recorren los mismos kilómetros y no sienten en sus cuerpos la misma oposición del viento?
Por suerte o por desgracia, el ser humano necesita a otros seres humanos para desarrollarse plenamente. Necesita fracasar y tener éxito para comprender que uno y otro concepto son inalcanzables por uno mismo y que tal vez dependan en un elevado porcentaje del azar manejado por el Destino y de la ayuda de otros, que se cruzan en tu camino o que se apartan de él antes de que te arrastren a su propio barranco, en el fondo del cual yace, que yo sepa, una completa orquesta wagneriana.
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