
La presunta liberación de Egipto, antes Túnez, y después Marruecos e incluso Arabia Saudí, ha servido a la diplomacia internacional como pretexto para identificarse con la opinión pública en un alarde de estupidez globalizada. Los buenos deseos de las cancillerías occidentales de que esos países caminen hacia un régimen democrático contrasta con los intereses que esos gobiernos deben proteger: el interés de sus ciudadanos del primer mundo, que comen carne a diario a salvo de desestabilizaciones ajenas.
No hace tanto tiempo, en 1991, unas elecciones democráticas en Argelia llevaron al Frente Islámico de Salvación (FIS), partido integrista donde los haya, a las puertas del poder. La respuesta del régimen argelino no se hizo esperar. Anuló la segunda vuelta de las elecciones y se inauguró una guerra civil que duró dos lustros. La experiencia democrática argelina sirvió para demostrar una paradoja irresuelta por la Ciencia Política. ¿Es democrático votar a un partido cuyo programa consiste en la instauración de un régimen islámico, que suprimiría las libertades, y por tanto antidemocrático? Ante ese paradoja, los gobiernos que hoy aplauden las revoluciones norteafricanas, respiraron aliviados al ver como ese experimento se archivaba en el cajón de los juguetes rotos.
Otras de esas revoluciones contra las tiranías tuvo lugar en Irán. Entonces el Shah de Persia se exilió e Irán se convirtió en una República Islámica el 1 de abril de 1979. Muchas mujeres acudieron a esas multitudinarias manifestaciones subversivas pensando en que su situación mejoraría. Acabaron siendo muebles de cocina, en el mejor de los casos.
Los parabienes de los gobiernos occidentales, alegrándose de que las revueltas hayan fructificado, serían completamente estúpidos sino fueran coherentes con los planteamientos de nuestra civilización: el Estado de Derecho y los principios democráticos. Ahora bien, ¿piensan ustedes que estos cambios políticos conducirán a una Democracia? No creo que lo piense nadie. Siempre hay ocasión para celebrar algo y tomar unas cervezas. Muchos occidentales se habrán tomado algunas jarras a la salud de esos egipcios, tunecinos o jordanos que no pueden probar el alcohol.
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