
Leíamos en la prensa que la UE pedía a Serbia abandonar su última batalla, la de después de muerta, la del Cid. Después del revés que supuso el dictamen de la Corte Internacional de Justicia sobre la Declaración de Independencia de Kosovo, que decía que tal acto unilateral no violaba el Derecho Internacional, Serbia ha iniciado una ofensiva para ganar en las mesas diplomáticas lo que no ganó a pie de obra. Un proyecto de resolución de la ONU, que podría aprobarse a mediados de septiembre, exhorta a dialogar sobre los temas pendientes y condena a Kosovo por su declaración de independencia.
Bruselas ya ha advertido a Belgrado que su insistencia en la resolución -y la reivindicación de Kosovo, obviamente- podría perjudicar sus aspiraciones de adhesión en la UE. En mi entrada “Serbia presenta su candidatura para la adhesión a la Unión Europea: otro cordero para el matadero” presagiaba que este condicionamiento -renuncia a cambio de adhesión- ocurriría.
Soprende que la UE tome partido por estas cuestiones cuando con ocasión de anteriores ampliaciones hizo oídos sordos a litigios semejantes. Algunos de los últimos miembros de la UE, como Rumanía, Eslovaquia, Bulgaria, y otros más antiguos, como Grecia, tenían en su territorio fundadas aspiraciones, no de independencia, como es el caso de Serbia, sino de autonomía por parte de minorías, sin que la UE hiciera nada para favorecerlas, ni condicionara la adhesión a la resolución de los conflictos preexistentes.
Ahora la UE se ensucia las manos y se mete en terrenos a los que antes había renunciado por incompetente. ¿Será así en el futuro o será Serbia una excepción?
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