Estoy a punto de ser padre. El feliz acontecimiento se producirá en octubre. Mi hijo será español y húngaro -por parte de madre-, por lo menos hasta que sea mayor de edad y pueda optar por una u otra nacionalidad. Es mi primer descendiente y estoy muy emocionado. Tengo ganas de ver si ha salido a sus ancestros mediterráneos o centroeuropeos. Un hijo húngaro… Me da un poco de vértigo. Los húngaros ya por sí mismos portan una complicada carga genética producto de varios siglos de nomadismo. No es nada pacífico su origen. Se saben que hacia el siglo V se asentaron entre los ríos Volga y Kama, recibiendo muchas influencias de otros pueblos (ávaros, hunos y mongoles, entre otros). Pero empiezan a dar guerra y ser conocidos cuando se establecen en Panonia, más o menos, donde están ahora, hacia el siglo VII. Eran impetuosos guerreros cuyas incursiones hacia occidente desestabilizaban al Imperio. Su raids, siempre terrestres, atravesaban toda Europa y llegaron incluso a la Provenza y norte de España. Alguien me contaba que todavía hoy, en Cataluña, se asusta a los niños pequeños diciendo “que vienen los húngaros”.
Mi hijo no se parecerá a esos primeros húngaros del siglo V. En su emigración de siglos perdieron los rasgos asiáticos y en su asentamiento en la Cuenca Carpática se mezclaron inevitablemente con eslavos y germanos. Todavía es posible apreciar ojos almendrados y pómulos de esquimal en algunos húngaros, aunque ya sean rubios y tengan los ojos azules.

Las teorías más delirantes sobre su origen los relacionan con la Paradoja Fermi. Esta teoría narra la contradicción entre las estimaciones que afirman que hay una alta probabilidad de existencia de civilizaciones inteligentes en el universo, y la ausencia de evidencia de dichas civilizaciones. Trataba de responder a la pregunta de si los seres humanos son los únicos pobladores inteligentes del Universo. Cuentan que en una comida ofrecida por el padre de la Paradoja, el físico Enrico Fermi, en su casa de Los Álamos, un colega propuso que los extraterrestres vivían entre nosotros y se hacían llamar húngaros. El colega era el físico de origen húngaro, Leó Szilárd, uno de los precursores de la bomba atómica.
La teoría del origen extraterrestre de los húngaros fue recogida en distintos medios de comunicación norteamericanos de la época, hacia los años 50. Se sustentaba en tres puntos irrebatibles. 1) Su ansia de conocer el mundo, para lo cual no dudaron en acomodarse entre pueblos gitanos que practicaban el nomadismo por toda Europa; 2) Su lengua, extraña a las lenguas indoeuropeas de los pueblos circundantes, sin que todavía existan teorías pacíficas sobre su alumbramiento y parentescos; 3) Su poderosa inteligencia, muy por encima de la media conocida. Sorprendía que un territorio tan pequeño pudo haber dado tal cantidad de cerebros dotados para la ciencia.

Fue este tercer argumento el más próspero. Los extraterrestres húngaros, que se habían ido refugiando en EE.UU. tras el final de la Gran Guerra y el colapso del Imperio Austrohúngaro, estaban considerados como brillantes investigadores en Los Alamos, a la vanguardia de la física, las matemáticas y la ingeniería. Muchos de ellos habían nacido en Hungría, o por lo menos eso decían sus partidas de nacimiento terrícolas. Entre los comensales del profesor Fermi, no sólo se econtraba Szilard (1898-1964), también estaban Eugene Wigner (1902-1995), Edward Teller (1908-2003) y John von Neumann (1903-1957), todos nacidos en Budapest. Otros de los húngaros en los Álamos fue Theodore von Kárman (1881-1963), que también nació en la capital de Hungría.
Entre todos ellos el más sobrehumano fue Von Neumann, no sólo por su portentosa inteligencia sino por su hígado sobresaliente, capaz de destilar enormes cantidades de alcohol. El “hombre más inteligente del mundo” como le denominó Jacob Bronowski en su documental para la BBC “The Ascent of Man” (1973), también era conocido como «good time Johnny» (Johnny buenos ratos), por esa afición a beber en exceso. No está claro si el cruce de carreteras en Princeton conocidos como “von Neumann corner”, bautizado así por los siniestros automovilísticos de Von Neumann, debe el nombre a esas “copitas” de más o a la costumbre que tenía el matemático de leer mientras conducía. En una de las detenciones informó a la policía: “Yo estaba avanzando por el camino. Los árboles de la derecha me estaban pasando de manera ordenada a 60 millas por hora. De repente uno de ellos se paró en mi camino.» En Princeton se decía que aunque era un semidiós, había hecho un estudio detallado de los seres humanos y podría imitarlos perfectamente.
Bromas aparte, sigo contando los días hasta el nacimiento. Os contaré a quien sale. A sus ancestros mediterrénos, centroeuropeos o extraterrestres.

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