Desde siempre numerosos oficios han estado socialmente estigmatizados, por reportar a quien los ejercía cierto desprestigio. Recuérdese esa película de Berlanga, llamada «El Verdugo», en la que se narraban las peripecias del verdugo de la Audiencia de Madrid, José Luis, que en una escena memorable, es llevado a rastras al garrote vil, para cumplir con su cometido, como si él mismo fuese el condenado.
Los tiempos que corren están colocando a un oficio dentro de esta categoría: el de defensor profesional de Zapatero. Los aduladores de turno del Presidente del Gobierno han de hacer de tripas corazón para defender su política en los programas en los que participan; una política cargada de vaivenes, rectificaciones, desmentidos, desautorizaciones y surrealismo económico. En estos días, ZP se deja venir con medidas antisociales cuando no hace mucho las había rechazado. Entonces tal vez hubiera estado a tiempo de enderezar el rumbo de la economía española. Ahora que ve que el vagón español se queda rezagado, más bien descarrilado, de la locomotora alemana y aprecia en sus cachetes cómo le abofetean en Europa, decide, una vez más, desdecirse, avanzar recortes multimillonarios y aumentar la edad de jubilación.

Los defensores de Zapatero tendrán que hacer un nuevo esfuerzo, si cabe, para defender lo indefendible. De seguir así, no pasará mucho tiempo antes de que veamos a los Enric Sopena, Jorge Verstrynge, Iñaki Gabilondo, María Antonia Iglesias entrar en los platós de televisión custodiados, como en la película de Berlanga, por una pareja de la guardia civil para que no se escapen. Aunque no me imagino yo a esta gente corriendo por los montes perseguidos por la Benemérita ni arrojándose de trenes en marcha como El Lute. No tienen por qué. El tren en el que van subidos, conducido por Zapatero, se dirige directo al precipicio. Él solito.
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