Probablemente esta sea una de las discusiones más vivas (y alentadas) entre los partidarios de uno u otro tenor, lo que nos retrotrae, tal vez, a tiempos no tan lejanos, cuando los príncipes del canto (Caruso, Fleta, Gigli, Volpi, Lázaro, etc.) eran recibidos con honores de Jefe de Estado allá donde actuaban. No es normal en nuestros días observar tanta devoción por un cantante, ni siquiera ante las estrellas del pop , pues la frenética atracción que se siente por ellas está ligada a un componente sexual, más o menos aparente, con ramificaciones freudianas : raro es constatar un seguimiento masivo de algunos de estos cantantes en el momento en que la juventud empieza a declinar, y comienzan a eclosionar indiscutibles signos de vejez, como las arrugas, las protuberancias abdominales, a la par que escasean los propios de edades tempranas, como el cabello o las endorfinas. Los fans envejecen a la vez que sus ídolos, lo que sirve de recíproco consuelo, mientras que generaciones más jóvenes reponen sus productos en nuevos yacimientos, alentados por discográficas y por programas caza-talentos del tipo Operación Triunfo o Factor X.
El mito del High F (el Fa sobreagudo) representa justamente lo contrario a la atracción freudiana -o por lo menos a mí me lo parece-. Pocos tenores han alcanzado esta nota con inequívoca solvencia. Muchos, han acudido al falsete, de manera más o menos disfrazada. Otros han sustituido esta nota por otras más bajas y apacibles. Qué decir del nuestro Plácido, que nunca ha sido capaz, según él mismo reconoce, de dar un Do de pecho en condiciones (o lo que es lo mismo, tres notas por debajo del mítico Fa sobreagudo).
El High F era fácilmente alcanzable por los castrati. Ahora mismo no caigo si Freud tiene algún trabajo sobre la atracción que sentían las mujeres de la época por estos seres. Se sabe que algunos de ellos fueron consumados amantes y frecuentaron las alcobas de mayor alcurnia en aquella Europa pre-revolucionaria, pero probablemente la atracción hacia estos artistas no tenía ninguna correspondencia con el motor freudiano de las relaciones personales y de la conservación de la especie, residiendo, aquélla, más bien, en una curiosidad estrambótica y en la ausencia de riesgo de embarazos indeseados.
Estoy seguro de que la devoción hacia el tenor no castrado que alcanza el Fa sobreagudo no se origina en un impulso de naturaleza sexual. Por el contrario, los tenores modernos (con registros sonoros) que han logrado dar esta nota han dispuesto de una amplia tesitura, incluyendo notas baritonales. Estos tenores, pese a poseer tan prodigioso atributo, no han llegado al limbo de los archiconocidos cantantes, incluyendo a los grandes de siempre (Fleta, Del Mónaco, Caruso, Kraus, etc.) y a los pseudo-grandes de épocas recientes (Pavarotti en sus últimos tiempos, Domingo y Carreras). Han sido tenores escogidos que se han prodigado en escenarios más selectos, sin caer en el abuso mediático.
Podemos apreciar esta rara nota en la voz de William Mateuzzi, en una interpretación del ‘Credeasi Misera’ de ‘I Puritani’ de Bellini. En este registro. Mateuzzi, primero alcanza fácilmente un Re sobreagudo (minuto 4:13) y, seguidamente, el Fa sobreagudo de pecho.
No seré yo quien renuncie a la voz cálida y torrencial de Plácido Domingo, a la entrega que se distingue en las interpretaciones de Carreras (una voz que, sin duda, puede llenar un teatro), pero hay una magia que reside en las notas altas naturales, en el riesgo que implica acometerlas sin artificios y genuinamente. Un cantante que llega a esas notas, sin falsete, surca el límite de lo imposible y eso permite la evasión espiritual y casi, el diálogo con lo inexplicable, divino o, cuando menos, sobrehumano (que no es poco en tiempos de crisis y, además, es gratis.)
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