Pablo Iglesias es un demagogo brillante que dosifica como nadie su discurso temerario. Frente a él se alzan consumados sparrings de la política española que hacen magíficamente su trabajo: ponerse delante del morlaco para aguantar los puñetazos, lanzando estudiados, torpes ataques que sirven al oponente para crecerse y salir fortalecido de cada sesión matutina de entrenamientos.
A este ruedo, en el que ya estaban Inda, Marhuenda y Alfonso Rojo, ha saltado ahora, como maletilla en busca de efímera gloria, el líder del PSOE, Pedro Sánchez, que ha superado con creces la demagogia embarazosa de Zapatero. La última creación «made in Ferraz» practica la demagogia interrupta con marcha atrás, que consiste en lanzar una boutade (como las que prodiga Iglesias) para inmediatamente desdecirse, tras percibir en su cabeza la lluvia de almohadillas arrojada por el respetable.
Poco a poco, el PSOE se aleja de su condición de partido de Estado para adentrase en el oscuro sendero de la demagogia temeraria, donde será un mero sparring en manos de Pablo Iglesias que acabará certificando la defunción de la centenaria organización, a hombros de Sanchez y Talegones.
Impenitentes 
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