
Sorprende que el pueblo se indigne por los excesos del rey Juan Carlos, de sus cacerías, de sus amistades y, en general, de todas sus imprudencias. Y yo me pregunto: ¿qué utilidad puede tener una monarquía que de tarde en tarde no cometa algunos de los siete pecados capitales? ¿De qué sirve tener un rey penalmente irresponsable, por disposición constitucional, si no se puede dar un caprichito de vez en cuando?
Las monarquías responsables suelen ser aburridas y poco fructíferas para la literatura, las artes y las ciencias. Hace mucho tiempo, cuando los reyes gobernaban, como no siempre estaban dotados de la capacidad y el liderazgo que el cargo les exigía (un inconveniente de las gobernanzas hereditarias) era aconsejable que se abandonaran a los placeres de la carne en vez de cometer desatinos y plantear políticas erráticas. Muchos de estos monarcas, que no fueron grandes estrategas internacionales, dejaron su huella en la cultura universal, no tanto por lo que hicieron sino por lo que dejaron hacer a otros. Probablemente mientras se enfrascaban en amoríos palaciegos y en pueriles lisonjas, las artes y las ciencias se desarrollaban ante los descuidos de mandatarios irresponsables.
La vida disoluta de Francisco I de Francia, inspiró el drama Le roi s’amuse (El rey se divierte), del escritor Victor Hugo. Aunque la obra teatral se estrenó en 1832, casi tres siglos después de la muerte del rey, fue duramente atacada por la censura. Aquella Europa revolucionaria y efervescente no era el escenario más apropiado para tachar a Francisco I, que sentaría las bases del absolutismo monárquico, de inmoral, mujeriego y libertino. El rey, que según algunas crónicas, se distinguió por poseer un pene descomunal y muchas amantes satisfechas, fue uno de los grandes mecenas de la historia y amigo de Leonardo da Vinci, en cuyos brazos dicen que expiró. Tal era su devoción por el pintor e ingeniero que llegó a considerarle como un padre a quien protegió con pensiones y hacienda. La casa de Leonardo y el castillo de Amboise -residencia del rey- estaban conectados por un paso subterráneo que permitía al soberano rendir visita al florentino con total discreción.
Cuando Giuseppe Verdi recibió en 1851 el encargo de La Fenice de Venecia de componer la opera, que más tarde sería Rigoletto, la censura europea contrarevolucionaria estaba en todo su esplendor. Pese a ello es lógico que el compositor no escogiera como protagonista a cualquier personaje gris, eficiente, trabajador y tremendamente aburrido. Los desmadres cortesanos de la Francia de Francisco I (que no todo iba a ser hablar con Leonardo) ofrecía el argumento perfecto. El libretto de Cesare Maria Piave, titulado la maledizione, desarrollaría el drama de Victor Hugo, en donde el rey de mofaría de su bufón Triboulet, seduciendo y yaciendo con su única hija, Gilda, doncella e inocente, lo que desencadenará su venganza y el trágico final, la muerte de la hija que, al menos, se llevó a la tumba el haber catado el pene más codiciado del reino.
Venecia, entonces provincia austríaca, no resistió la embestida del censor imperial y su gobernador militar:
«El gobernador militar de Venecia, señor Gorzowski, deplora que el poeta Piave y el célebre músico Verdi no hayan sabido escoger otro campo para hacer brotar sus talentos, que el de la repugnante inmoralidad y obscena trivialidad del argumento del libreto titulado La maledizione. Su Excelencia ha dispuesto pues vetar absolutamente la representación y desea que yo advierta a esta Presidencia de abstenerse de cualquier ulterior insistencia al respecto».
Si la obra se hubiera modificado en nuestros días, cualquier procesador de texto hubiera realizado el trabajo en apenas 15 minutos. Hubiera bastado sustituir “Triboulet” por “Rigoletto; “Francisco I de Francia” por “Duque de Mantua” y el título de la obra que pasaría a llamarse “Rigoletto” en vez de “La Maledizione”, lo que sin duda confería mayor protagonismo al deforme y decrépito bufón, de lengua viperina y verbo ingenioso, convirtiéndose en uno de los papeles más codiciados del panorama operístico. Un papel para el que no hace falta cuidarse mucho, llevar una vida sana, someterse a operaciones de estética o hacerse dolorosos implantes capilares para parecer más joven.
Después de oir la magistral interpretación del duo “Tremenda vendetta!!” con Leo Nucci, en el Real de Madrid, he pensado que no está mal que los reyes se diviertan de vez en cuando si luego nos dejan estas auténticas maravillas.
Ignoro si el reinado de Juan Carlos deparará una ”Monna Lisa» o un “Rigoletto”; mientras tanto, y con permiso del monarca (que tal vez se quedara dormido escuchando) os dejo la interpretación de Nuzzi de la que os hablo.
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