Hace poco leí sorprendido que un congresista de Estados Unidos quiere recuperar el «derecho» a lanzar enanos contra una pared, en el marco de un conjunto de medidas para acabar con el desempleo.
Si lo pensamos bien, otras prácticas y tradiciones (léase tradiciones españolas) se mantienen pese a que muchos les parezcan ofensivas o denigrantes (vgr. las corridas de toros, los encierros, los toros «embolaos», mujeres y hombres y viceversa, etc.) y casi todas generan empleos. Si fuésemos congruentes con esto último y con el espíritu de tolerancia que nos ha llevado a hermanarnos, por medio de la Alianza de Civilizaciones, con Estados que practican la discriminación de género o religiosa, ¿deberíamos aceptar el derecho a lanzar enanos como un derecho humano, universal e inalienable que, para colmo, generará algún que otro empleo y animára los after hours tan faltos de clientela?
En fin, es el eterno dilema. O somos congruentes y aplicamos las mismas reglas a todos los casos semejantes para aceptarlos o rechazarlos; o nos convertimos en «indignados» y vagamos como almas en pena en un sistema que, de pronto, nunca hemos comprendido pero del que hemos disfrutado mientras hubo enanos conformistas que se dejaban arrojar y no hubiera ningún Estado tiquismiquis que impidiera la práctica de tan edificante deporte.
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