
Mientras el cornudo Francisco José de Austria se aferraba a las últimas posesiones italianas, Sissi desde su palco de la ópera de Budapest seleccionaba a sus amantes por medio de sus anteojos nácar. El peligro de desmembramiento del Imperio concedía estas licencias: Sissi en Budapest acostándose con las aristocracia húngara para sellar las grietas de esa frágil Monarquía Dual y Francisco José cazando mariposas, con sus amantes, en los jardines del Schönbrunn en escenas de opereta vienesa. Todo era política, ruda y aterciopelada a la vez, contactos que debían fortalecer el imperio, aunque mancillando gozosamente el cuerpo de la emperatriz.
La industria cinematográfica alemana hipnotizó a millones de europeas con el mito Sissi, ese amor puro entre un emperador y una chica del «pueblo», que no era más que la sobrina de la Archiduquesa Sofía de Austria, la madre del emperador, e hija del duque de Baviera. El mito atravesó las fronteras de la Europa Civilizada que todavía se debatía entre el comunismo de Khrushchev y las limosnas del Plan Marshall, entre John Le Carré y Barbara Cartland. Y llegó también a esas descarriadas europeas españolas que todavía se ponían mantillas detrás de los pasos de semana santa, se casaban por la iglesia para toda la vida y no habían oído hablar de divorcio más que como un eco lejano que de vez en cuando se escapaba entre las censuradas películas americanas.
La serie de peliculas de Sissi inmortalizó a Romy Schneider que quizá se suicidara cuando todavía era guapa, después de ver a su hijo muerto, atravesado por las lanzas de una verja. Romy Schneider y Sissi compartieron ese final trágico reservados a los personajes de una ópera de Verdi. Sissi-Isabel-Elizabeth -Ezsébet para los húngaros- dejaba de existir mientras paseaba por el Lago Lemán de Ginebra, alcanzada por el estilete de un anarquista.
Tanto Romy como Sissi sobrevieron a sus hijos. Sissi también vió como una de sus hijas fallecía de tifus en un imprudente viaje a Hungría y como su hijo Rodolfo, el heredero, se suicidaba a resultas de un arrebato pasional, siendo de dominio público que estaba terriblemente trastornado.
El mito de Sissi también aterrizó en la Sierra de Cádiz en forma de películas ñoñas de Romy Schneider, rodadas con escaso presupuesto en casas señoriales austríacas casi con cámaras de super ocho. Recuerdo a mi tía María viendo esas películas, a mis primas cuyas caras se iluminaban al saber que emitían otra pelicula de Sissi por la tele, con sus micrófonos asomando por la parte superior de la pantalla.
Ni mi tía María, ni mis primas, ni mi madre sabían nada de la Monarquía Dual, ni de que Sissi fuera probablemente ninfómana, que era bulímica-anoréxica y que, desde su juventud, tenía los dientes horrorosamente amarillos. Pero Sissi tampoco supo nunca que películas sobre su vida se verían con interés en pueblos de la Sierra de Cádiz, ni que en la Ópera de Budapest las guías turísticas señalarían con el dedo el palco donde la emperatriz escogía a sus amantes.¡Si Sissi hubiera sabido lo mala que es la gente y lo que le gusta criticar las debilidades ajenas! ¡Y si mi tía María hubiera sabido la mitad de la mitad de la vida de Sissi…!
Deja un comentario