El chirrido de puerta más famoso de la Historia: Florence Foster Jenkins


A la edad de 41 años -la edad  que tengo yo ahora- Florence Foster Jenkins decidió cumplir sus sueños artísticos de soprano y dedicarse por completo a la música. Seguramente muchos de ustedes, que ya tienen aproximadamente mi edad, se habrán planteado alguna vez dejar sus ocupacions habituales y embarcarse en nuevas aventuras profesionales; incluso abandonar sus aventuras profesionales y adentrarse en senderos bohemios o artísticos. Florence fue una de esas arriesgadas personas que lo hizo y les puedo asegurar que consiguió el éxito, ¿cómo si no iba yo a escribir estas líneas sobre ella?

Difíciles comienzos

Su padre, Charles Dorrance Foster, un acaudalado hombre de negocios de Pennsylvania,  pensaba que Florence no había nacido para la música, prohibiéndole tomar clases de piano y canto en el extranjero. Fiel a sus principios, se  fugó con quien más tarde sería su marido, Frank Thornton Jenkins, pudiendo continuar sus sueños en un ambiente menos hostil. Su marido secretamente pensaba que su esposa tenía menos talento para interpretar a Mozart que un acordeón para ejecutar la novena sinfonía de Beethoven.

Con tantos obstáculos familiares, Florence tuvo que aguardar al divorcio de Frank, en 1902, y a la muerte de su padre, en 1909, para comenzar, con la herencia de éste, su fulgurante y tardía carrera musical que la llevaría, treinta años más tarde, a cantar en el Carnegie Hall. Pero el «triunfo» no fué tarea fácil.

Con el dinero del padre muerto, la Jenkins se concentró, como no lo hiciera nunca, en sus clases de canto. Después de oir sus grabaciones, ustedes pensarán ¿si grabó estos discos después de años de clases como cantaría antes de tomarlas? La Jenkins compensaba su falta de talento con una desbordante fé ciega en sí misma. Profesores de canto torturados por la Jenkins podrían haber creado una asociación de damnificados, pero en vez de eso se limitaron a cobrar sus cheques y a taponar sus oídos en la medida de lo posible.

Florence no sólo fue generosa con sus profesores, también con su padre. Ironías de la vida, en su nombre artístico no se olvidó de incluir el apellido de soltera -el de su padre- que tanto se había opuesto en vida a los sueños artísticos de la hija, no por maldad sino por temor al escarnio público. Con el nombre Florence Foster Jenkins debutó con dudosa acogida en 1912, a la edad de 44 años.

A la edad de 60 años, la Jenkins que había arrastrado su evidente falta de ritmo y su carencia de oído por escenarios de tercera categoría, recibió otro guiño de la providencia. La muerte de su madre, a quien cuidadosamente se había ocultado que su hija despilfarraba la herencia familiar en espectáculos de escaso valor artístico, le proporcionó recursos adicionales para proseguir  su sueño. Pero, ¿cuál era el verdadero sueño de Florence Jenkins?

Jenkins creía firmemente en sí misma

Exégetas y hagiógrafos de la Jenkins no logran precisar qué la impulsaba a sufragarse ella misma las actuaciones y a continuar «cantando» hasta bien entrada su vejez. Unos dicen que Florence sufría una distorsión de la realidad, una especie de autoamnesia que no le permitía apreciar sus catastróficas interpretaciones. Para otros, la Jenkins empeñó sus esfuezos en demostrar la simpleza del público, que al final de su carrera abarrotaba los auditorios pese a lo mal que cantaba -algo similar a lo que ocurre ahora con Belén Esteban-. Hay quien dice, que la Jenkins sólo cantaba porque le gustaba y le apetecía; sencillamente porque le hacía feliz.

Conforme envejecía, y su voz se deterioraba aún más, Florence fue incluyendo en su repertorio piezas operística de mayor dificultad. Incansable, se permitió cantar el aria Der Hölle Rache kocht in meinem Herzen de la Flauta Mágica, pieza que requiere una soprano con espectacular dominio de la coloratura, capaz de generar un Fa5 y muchas notas en picadas, destreza que no tenía una Jenkins septuagenaria. Florence descubrió casualmente que podía dar el Fa5 -Fa sobreagudo- gracias a otro «regalo» del cielo.

El casual descubrimiento del Fa sobreagudo por designio divino

Los caminos del Señor son inescrutables y sus dones llegan inesperadamente. En un accidente de tráfico, en 1943, cuando era transportada en un taxi camino de una de sus actuaciones, no pudo remediar, ante la inminente colisión, lanzar un grito de espanto, en el que rápidamente reconoció «un fa más alto que nunca». El descubrimiento le permitió dar un giro a su repertorio a la edad de 75 años y ampliarlo con esas arias sólo reservadas a las más grandes sopranos de su época, como Frieda Hempel y Luisa Tetrazzini. En lugar de demandar a la compañía de taxis, envió una caja de puros al conductor.

Arte para espectadores escogidos

Florence Foster Jenkins sabía disculpar a aquellos que se burlaban de ella mientras cantaba. O eran personas no dotadas para apreciar su talento, o eran enemigos infiltrados que enviaban sus rivales, decía. Eran consciente de sus críticas, a las que respondía: «La gente puede decir que no sé cantar, pero nadie podrá decir nunca que no canté».

No dilapidó su arte como hizo con su fortuna. En sus 37 años de carrera seleccionó  sus apariciones en ciudades importantes como Washington, Boston y Nueva York. Los últimos años de su vida limitó sus actuaciones a un recital anual en el auditorio del Ritz-Carlton de Nueva York. Tal vez por temor a la mofa, ella misma se ocupaba de distribuir las entradas, previa entrevista, lo que no quita que, de vez en cuando, se colase algún advenedizo.

A los 76 años, cediendo a las presiones de sus incondicionales, la Jenkins accedió a cantar en el Carnegie Hall. Las entradas se agotaron semanas antes de aquel día de octubre de 1944, en que Florence alcanzara la cima de su éxito, en esa edad, en que las grandes sopranos ya se han retirado varios quinquenios antes. Jenkins falleció un mes después.

El chirrido de una puerta más famoso de la historia

Según algunos críticos la voz de Jenkins era como el chirrido de una puerta. Sus notas salían de su garganta aleatoriamente, con independencia de cualquier partitura, formando una sucesión de sonidos errados. La Primera Dama de la Escala Desafinada, como también se la conocía, ponía el cuerpo y alma en cada interpretación, empleando gloriosos ademanes y gesticulación exagerada. En cada actuación vestía un catálogo de trajes, adaptados a la época de cada composición. Después de un despiadado repaso a las más complicadas arias, solía concluir sus actuaciones con la canción “Clavelitos”, entre olés que ella distribuia alegramente a lo largo de la ejecución.

Rompa con todo y embárquese en sus sueños aunque tenga más de 40 años

Después de leer estas líneas, muchos de ustedes, que tienen ahora mi edad -41 años-, habrán decidido abandonar esos sueños abominables que podrían llegar a convertirles en una Jenkins cualquiera, o en un hazmerreír de otros cuarentones que desearían hacer lo mismo que la Jenkins.

Pero otros lectores, tal vez hayan ido más allá del texto y hayan encontrado en Florence ese ejemplo de optimismo que les hacía falta para dar el salto. Un salto al vacío que a lo mejor les conduce por un camino romántico de grandes gestas domésticas que sólo comprenderá usted y, como mucho, su perro. No pierda el tiempo, el Carnegie Hall le está esperando aunque sólo abra las puertas para usted. Confórmese con eso y sea feliz.


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