Cajasur, Castillejo Gorraiz, hipotecas tóxicas y las Puellarum Praguensis.


Miguel Castillejo Gorráiz, Presidente de Cajasur hasta 2005

La noticia de la quiebra de Cajasur me ha causado gran pesar. Y no lo digo porque una entidad financiera se haya ido al garete, ni porque sus empleados se queden en paro (eso sólo me preocupa lo justo), sino porque me he visto, de pronto, con veintitantos años más, recordando mis años mozos.

Corría el año 1987 y por aquel entonces yo no era cliente de Cajasur (tampoco ahora, gracias a Dios). Yo era un simple estudiante en la Universidad de Córdoba y tenía pocos cuartos para depositarlos en entidades financieras. Lo que recuerdo de Cajasur era su obra social, impulsada por su presidente, Miguel Castillejo Gorráiz, un hombre con una cabeza portentosa -en continente y contenido-, erudito, multidiplomado en diversas disciplinas, espectacular en las homilías de la misa del Gallo, y sobre todo melómano. Creo que ese hombre, desde que accedió al cargo, se empeñó en sacar a sus empleados de las tinieblas y organizaba periódicos conciertos en la Catedral de Córdoba (mal llamada Mezquita), al que invitaba a las más desconocidas formaciones musicales de la Europa del Este (que gracias al Tío Sam, Gorby y Mitterrand hoy conocemos como Centroeuropa). En aquellos tiempos, en que la alcaldía de la ciudad estaba ocupada por un comunista y Castillejo traía orquestas de detrás del telón de acero, Córdoba se convirtió en un centro obligado de peregrinaje de relevantes músicos del Este que aspiraban a comer caliente por lo menos una semana al año: pianistas de la RDA, y el gran Pogorelich, entre otros. Recuerdo la actuación, en el Gran Teatro de Córdoba, de una pianista de la Alemania Democrática, que saliá a escena media hora más tarde, siguiendo órdenes de su comisario político, que miraba indiscretamente tras unas espesas cortinas, y que tuvo que aceptar, después de tan larga espera, que el público cordobés no estaba interesado por Schumann ni por esas sonatas de Prokofief programadas, y la actuación tuvo que ofrecerse a un tercio del aforo.

Pero lo de Castillejo era prodigioso (y todavía lo continuaría siendo sino fuera por esas malditas hipotecas tóxicas que le han llevado a la ruina). Probablemente no consiguió sacar de las tinieblas a ninguno de sus empleados, que solían acudir a los conciertos de la Catedral (mal llamada Mezquita), obligatoriamente -supongo-, con chucherías, palomitas y alguna lata de cerveza. En ese escenario de mil y una noches, ecléctico, de bosques de columnas y de improvisadas sillas plegables de madera de caseta de feria, se oían, además de las consabidas toses, el rumiar de las palomitas. Eso es lo que tiene la socialización de la cultura. Castillejo lo sabía y aún así no dudaba en invitar obligatoriamente -supongo- a sus empleados a esos conciertos ofrecidos por esos comunistas.

Las Puellarum Praguensis en la actualidad

No vi a Castillejo aquel día en que actuaron las Puellarum Praguensis, que como su propio nombre indica, eran las Muchachas de Praga, una orquesta de cámara formada por mujeres jóvenes virtuosas, probablemente de Praga (tenían toda la pinta, desde luego). Tampoco vi a ninguno de esos empleados de Cajasur que confudían el concierto con una sesión golfa de una sala de cine de barrio y cuya única preoucupación era que Castillejo les viese allí, adonde habían sido invitados -supongo- obligatoriamente. Ni tampoco vi a ningún comisario político esperando a que el aforo se llenara, no porque no los hubiera, sino porque el aforo estaba lleno. No se si a Castillejo se lo contaron pero todas esas incómodas sillas de madera de caseta de feria estaban ocupadas. Y no sé si su objetivo era sacar de las tinieblas a sus empleados, empresa en la que fracasó estrepitosamente, pero probablemente consiguió, consciente o inconscientemente, que una capital de provincias llegara a interesarse por una orquesta de cámara irrelevante de un país irrelevante de la Europa del Este (a la que hoy, gracias al Tío Sam, Gorby y Miterrand llamamos Centroeuropa). Todavía no he visto a ninguno de los grandes bancos (BBVA, Santander, Caixa, etc) dedicar a obras sociales y altruistas (tal vez inútiles, elitistas, románticas, desfasadas y estúpidas) un sólo céntimo completamente infructífero. Más rédito dará invertir en la Liga de las Estrellas o en el coche fantástico de Fernando Alonso. No me cabe la menor duda.


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