Al igual que en la novela «La Montaña Mágica» de Thomas Mann, la ciudad de Davos se ha convertido, por unos días, en un centro mundial para el tratamiento de enfermos, no de tuberculosis, como en la novela, sino de hipotecas tóxicas, endeudamiento público, inoperancia, y fórmulas financieras desastrosas. Tras el descubrimiento de la penicilina, en 1950, Davos tuvo que reciclarse y convertir aquellas instalaciones donde se reflexionaba sobre la vida y la muerte, ante la inminencia de esta última, en atrayentes complejos turísticos, donde acudían millonarios y financieros. Y como quien no quiere la cosa, aprovechando la exclusividad de lugar, alguien tuvo la idea de organizar un congreso de administración de empresas, que a fuerza de repetirlo, acabó siendo rebautizado, en 1971, como Foro Económico Mundial con sede en Ginebra, y cuya Asamblea Anual se celebra en Davos. Hoy acuden a dicho foro líderes mundiales y esas personas a quienes, no sé, si por halagarlas o desprestigiarlas, se denominan «gurus de las finanzas».
Aunque los tiempos han cambiado, el escenario es otro, y pese al mensaje de esperanza que subyace en la novela de Thomas Mann, el foro de Davos que tiene lugar estos días, me sigue oliendo a muerto. Porque, si se reúnen tantas cabezas pensantes desde 1971, ¿nadie se percató del desastre que se avecinaba? ¿a que fueron entonces, a disfrutar solamente del aire prodigioso de la Montaña Mágica? Las palabras de Zapatero pronunciadas ante la Asamblea, el pasado día 28 de enero, demuestran que cualquier incompetente puede hablar de aquello que rigurosamente ignora; y eso mismo debió ocurrir en los años precedentes. Así se explica todo.
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