
El terremoto de Haití ha servido para lanzar a la opinión pública la posibilidad de instalar un Protectorado en el país caribeño. Haití ha heredado los grandes males endémicos de África y América. Su situación previa al terremoto no era muy distinta a la que padecen los países más pobres de África: una arraigada corrupción, carencia de infraestructuras, una población indigente e inculta fácilmente manejable, etc. El movimiento descolonizador africano de mediados del siglo XX, que conduce a la independencia del continente en apenas treinta años, puso gigantescas poblaciones en manos de incapaces bajo el paraguas de supuestos regímenes democráticos, convirtiendo en axioma esa aplaudida frase de Georges Bernard Shaw, «la democracia sustituye el nombramiento hecho por una minoría corrompida, por la elección hecha merced a una mayoría incompetente». Los yacimientos de minerales, hidrocarburos y las ingentes riquezas naturales que se encuentran en Africa por doquier, no han conseguido, pese al transcurso de tantos años desde la emancipación, elevar el nivel de vida de esos nuevos Estados que culpabilizan de su situación, como un salmo cansino repetido incesantemente, a las antiguas potencias coloniales opresoras, mientras que un puñado de gobernantes no sólo expolian a su pueblo sino que vampirizan las ayudas exteriores nada más que atraviesan las fronteras. Sin ir más lejos, uno de los países más «democráticos», más «tranquilos» y más «seguros» de África, Senegal, ha protagonizado recientemente un escalofriante episodio de corrupción. En octubre de 2009, el presidente, Abdoulaye Wade había entregado 135.000 euros como «regalo de despedida» al español Alex Segura tras concluir su misión en Senegal como representante del Fondo Monetario Internacional.
Volviendo a Haití (que es un país esencialmente africano sobre suelo americano), el otro día escuchaba en el programa de Carlos Herrera, en Onda Cero, a Juan Blázquez, que fuera canciller en la embajada española en Haití durante veinte años. Blázquez afirmaba que la ayuda internacional recibida en todos estos años no había servido para nada y que era fácil encontrarla, una vez entraba en el país, en los mercados locales. Todavía mantengo en la retina esas atroces imágenes que mostraban en 1986, durante el derrocamiento del ex-dictador Duvalier, el asesinato a machetazos de un Tonton Macoute a manos de insurgentes haitianos.
Probablemente el terremoto obligará a adoptar algún sistema de Protectorado, bajo la tutela de Estados Unidos, con un mandato de la ONU. No sé si este es el mejor remedio para un país que antes de la catástrofe natural ya era una catástrofe humanitaria, pero no es menos cierto que el terremoto ha precipitado el desenlace y la intervención de la Comunidad Internacional. Pensar que países como Haití, Senegal, Gambia, Nigeria, pueden despegar por sí mismos, sobreponiéndose a sus arraigados tumores es estúpido. La idea de que alguna potencia occidental cargase con algunos de estos lastres es antieconómica. La posibilidad de una intervención indiscriminada en países formalmente democráticos y libres es totalmente ilegal. Pero aguardar a que ocurra una tragedia semejante para mover las piezas del tablero es lo políticamente correcto. Que cada cual saque sus propias conclusiones, que yo donaré un 0.7 % de mi presupuesto para acallar mi conciencia.
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