Confieso que soy uno de los muchos españoles que desconocía la obra de Herta Müller y la propia existencia de Herta Müller, ganadora del Premio Nobel de Literatura 2009. Pero sí conozco muchos cuentos alemanes que me leyeron en mi infancia; uno de ellos, el Flautista de Hamelin, de los Hermanos Grimm, me causó gran consternación. Dudo que alguien ignore la trama del cuento. El flautista, tras haber librado a la aldea alemana de Hamelin de una plaga de ratas y ratones, se sintió estafado al no recibir de los aldeanos la recompensa prometida. Como venganza, mediante el manejo de su flauta, que tenía la facultad de hipnotizar a quienes escuchaban, hizo que los niños de la aldea le siguieran, salvo uno que era cojo, a un lugar lejano y desconocido, arrebatándolos de sus padres. El cuento de los Hermanos Grimm se inspiraba en narraciones populares que, a su vez, recogían hechos esencialmente verídicos, aunque probablemente tergiversados por la imaginación y por las innumerables transmisiones orales.
Años más tarde, tal vez al final de mi adolescencia o al comienzo de mi juventud, escuché en un programa radiofónico nocturno de fenómenos paranormales, entre cabezada y cabezada, que esos niños fueron desplazados hacia la Europa Oriental, hacia el territorio de la actual Rumanía, colonizando fertiles zonas y estableciendo prósperas colonias. El flautista se erigió en su jefe.
Ocultismos y programas paracientíficos aparte, el cuento recoge las migraciones germánicas que se produjeron desde la Edad Media hacia el Este, y que se incrementaron en la Edad Moderna y en la Edad Contemporánea, aprovechando el predominio del Imperio Austriaco sobre la Europa Central y Oriental, más tarde, Imperio Austro-Húngaro. Los niños, que más bien serían jóvenes, abandonarían voluntariamente Hamelin para colonizar esos territorios orientales. La palabra alemana “Kinder” haría referencia no sólo a los niños, sino de manera más genérica a “los hijos del pueblo”.
Lo cierto es que el Nobel de Literatura ha tenido, en no pocas ocasiones, un marcado carácter político o, al menos, se ha utilizado, para denunciar situaciones injustas o para apoyar a grupos marginados, dejando en un segundo término la calidad literaria de la obra premiada.

Con estas palabras no quiero desmerecer la obra de Müller, que no he leído aún (situación que me propongo reparar en breve), sino interpretar el sentido del premio. Las minorías nacionales del Centro y Este de Europa ha sido uno de los temas más olvidados en las recientes ampliaciones de la Unión Europea. Problema que llegó al extremo de protagonizar las recientes guerras del Sudeste Europeo que ocasionaron la desintegración de Yugoslavia; casi de forma paralela, la URSS se disolvía y algunos estados europeos alcanzaron su independencia, convirtiendo a los rusos en minorías nacionales de sus antiguas posesiones (vgr. en Lituania, Letonia y Estonia, donde la OSCE hubo de intervenir para paliar los abusos hacia las minorías rusófonas). La eclosión de tales problemas, larvados y gestados, durante decenios, desde la desintegración del Imperio Austro-Húngaro y el fin de las dos contiendas mundiales, no era sino un signo inequívoco de que esa cuestión había quedado definitivamente irresuelta. Húngaros, alemanes, polacos, rutenos, etc. todavía reclaman soluciones que parecen aparcadas para favorecer el éxito de las nuevas y fulgurantes adhesiones a la UE.Herta Müller, descendiente de uno de esos niños de Hamelin, abandonó su Rumanía natal en 1987, instalándose en Alemania, habiendo denunciado in situ los abusos de Ceaucescu hacia las minorías nacionales residentes en territorio rumano.
Aplaudo que la Academia Sueca, al contrario que la Comisión Europea, haya recordado a las minorías alemanas y, por extensión, a todas las minorías nacionales europeas olvidadas, mediante la concesión de este premio.
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