Después de haber visto dos o tres entregas del programa «mujeres y hombres y viceversa» de Telecinco he llegado a la conclusión de que nos encontramos ante uno de los grandes aciertos de la televisión. El planteamiento del programa no puede ser más inteligente. Seleccionan a una veintena de descerebrados, de unas edades comprendidas entre los 14 y 16 años (me refiero a la edad mental), los chicos venidos directamente del gimnasio del barrio, y las chicas de la peluquería del pueblo, los colocan en un escenario donde unos hacen de pretendientes y otros de pretendidos, y deben conquistarse los unos a los otros. La dificultad de esta empresa radica en que los participantes firman unos contratos por los que les está rigurosamente prohibido mantener relaciones sexuales durante el concurso, cuya conclusión puede demorarse varios meses.
Entre emisión y emisión los llevan a hacer bolos y los alojan en el mismo hotel. Entre copa y copa, bromas, fiestas, y noches locas, los chavales se colocan en situación de riesgo. Las pobres criaturas se despeñan por el precipicio de la lujuria muy facilmente y sucumben a la carnes turgentes y al pelo panthen. Los otrora compañeros de alcoba o de retrete de after-hours se denuncian reciprocamente en pleno programa. Resulta soprendente comprobar que los colaboradores, situados entre el público, son los que muestran mensajes de móvil delatores o transcripciones del messenger de los concursantes, donde se narran peripecias sexuales extracontrantuales y traiciones a las obligaciones contraidas. Pese a que en eso radica el espíritu de programa, y es lo que le proporciona mayor audiencia, la organización es implacable y expulsa a los infractores sin piedad después de mantener la intriga durante una semana, escuchando los dictámenes, en pro y en contra, de los colaboradores sentimentales entre los que se encuentran una exconcursante despechada por un homínido, una ex-actriz porno y el ex-compañero de ésta, ex-pareja que recorre los platós y los juzgados de España, lanzándose la vajilla de porcelana y tirándose de los pelos.
Ignoro si el programa es un invento hispánico o una adaptación de formatos extranjeros, pero debo dar la enhorabuena a los creadores o adaptadores, porque no se puede hacer tanto con tan poco; aun cuando sé que mi opinión no será del agrado de los empresarios de gimnasios que ven como, día y a día, sus establecimientos quedan desiertos a causa de la desbandada de pupilos que se arrojan inocentemente al calor de los focos y de las noches ardientes.
Pero aún es más sorprendente observar cómo, en aisladas ocasiones, esa reacción química llamada amor se abre paso entre la tetosterona, los esteroides, los anabolizantes, la creatina y los complejos proteicos. Desautorizando al mismísimo Lord Byron, los chiquillos lloran a lágrima viva cuando se sienten despechados por quien no conocen más que por diez minutos de citas y por una inexplicable atracción animal. Expulsados, ex-concursantes, exparejas y demás juguetes rotos pasan a formar parte del público o de los colaboradores habituales, por lo que el programa se retroalimenta continuamente de sus propios despojos. Aunque eso no es invención del programa: con los excrementos de los cerdos se fabrica un excelente combustible mediante el método «cerdos-metano-frutas» en el que se inspira la película «Mad Max, más allá de la cúpula del trueno» (1985), donde en un futuro post-nuclear el más preciado secreto consiste en hacer funcionar la máquina que convierte el estiércol de cerdo en gas metano. En fin, las comparaciones son odiosas y apestosas.
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