Quiero, he querido y querré al Conde Apponyi (humilde homenaje a los Grandes Perdedores de la Historia).


Poco o nada se conoce en esta parte del mundo del Conde Albert Apponyi, aunque no hemos de extrañarnos. En España, como en otros países de nuestros entorno, se desprecia a los perdedores; hemos borrado de la memoria colectiva personajes que han contribuido enormemente a nuestro desarrollo cultural, histórico o artístico, como si hubiesen sido condenado a la damnatio memoriae o al forzado ostracismo en una isla griega. Si bien es cierto que la condición de perdedor o ganador viene determinada, en ocasiones, más que por las obras fracasadas, por el vaivén de los tiempos, alzando a unos en detrimento de los otros. Piénsese en nuestra guerra civil, y en cómo, paulatinamente los vencedores de la contienda han ido modificando su estatuto en detrimento de las figuras otrora desdeñadas; modificación que se ha vuelto estruendosa en los últimos tiempos, con la destitución de estatuas, supresión de nombre de calles, relacionadas con el franquismo, sus héroes o dirigentes.

Albert Apponyi no fue un perdedor al uso. Pudiéramos decir que su perdición se debió a factores ajenos a su competencia y aptitud. En este punto, conviene distinguir, inicialmente, entre dos tipos de perdedores: los que pierden como consecuencia directa de su propio arrojo y riesgo; y los que pierden indirectamente, por vivir tiempos inapropiados o porque están llamados al cumplimiento de un deber amargo, necesario y particularmente perjudicial, y por ello, particularmente digno.

El primer tipo de perdedor, es absolutamente necesario para la vertebración de la sociedad. Su arrojo, energía, y riesgo tienen dos consecuencias posibles. El éxito, que lo coloca por encima de sus conciudadanos, o el fracaso, que en ocasiones puede ser dramático. El fracaso funciona como elemento disuasorio, de lo contrario la sociedad se desintegraría en proyectos temerarios y se dispersaría en demasiada gente con ánimo lucro, lo que dejaría esquilmados los yacimientos humanos y desaparecerían los proletarios, pequeños burgueses y mano de obra, en general, sin cuyo concurso ese éxito sería inalcanzable. Dentro de este grupo se encuentra el perdedor impropio, que sería aquél que arriesga poco, que nunca se acaba de decidir y va perdiendo empuje a medida de que pasan los años. Nunca acaba de fracasar del todo y su fracaso se va consolidando día a día. Cuando se quiere dar cuenta arrastra todas las frustraciones posibles y trata de compensar sus grandes derrotas con pequeñas victorias cotidianas. Algunos en la frontera de los 40 descubren el gimnasio, pese a que no practicaron deportes en la juventud, y lo mojan en batidos de proteínas, tratando de alimentar una autoestima atrofiada, a la vez que despiertan los tejidos de sus músculos.

El Conde Apponyi pertenecía a la segunda clase de perdedores, más elevada que la anterior, es decir, a aquéllos cuyo fracaso sólo se explica desde la perspectiva implacable de la Historia; llamados a cumplir un papel ingrato, fundamental para el desarrollo de los pueblos y la comprensión del mundo, sin que esa inmolación fuera tan reconocida y alabada como la crucifixión del Cristo.

Apponyi, siendo ya un anciano de 74 años, con larga barba blanca, y habiendo ocupado las más altas magistraturas, encabezó la delegación húngara que intentó negociar la estatuto jurídico de Hungría tras su derrota en la I Guerra Mundial, en la Conferencia de Paz de Versalles (1920). Nada pudo hacer y su país fue devorado y desgarrado. Hungría perdió dos terceras partes de su territorio que fueron a parar a países vecinos (algunos recién formados tras la contienda bélica) y un tercio de la población de etnia húngara quedó fuera del Estado madre. En mi opinión este tipo de perdedores debería ser elevado a los altares por obra y gracia de la Justicia Histórica, aunque sólo fuera porque ofrecen una lección de honor inigualable. El Conde Apponyi, al igual que los perdedores comunes, tuvo que lidiar con la ingrata tarea de dar explicaciones difíciles. Sin duda, lo suyo fue un «papelón» que tuvo que afrontar él solo, al regresar a su expoliada patria y que hubo de digerir antes y después del fracaso, soportando el inexorable peso de la Historia hasta el día de su muerte.

Discurso de Albert Apponyi ante la Conferencia de Versalles (algún traduciré, cuanto tengo tiempo):

Nézetem szerint a békeszerződés nem veszi eléggé figyelembe Magyarország különleges helyzetét. Magyarországnak két forradalmat, a bolsevizmus négy hónapos dühöngését és több hónapos román megszállást kellett átélnie. Ilyen körülmények között lehetetlen, hogy a szerződés által tervbe vett pénzügyi és gazdasági határozatokat végre tudjuk hajtani. Ha a győztes hatalmak polgárai által részünkre folyósított hitelek a béke aláírásának pillanatában – amint ezt a javaslat kimondja – felmondhatók lesznek, ez a fizetőképtelenséget, a csődöt jelenti, amelynek visszahatását kétségkívül a győztes hatalmak is éreznék. Elismerem, hogy sok hitelezőnk van az Önök országaiban. A hitelek visszafizethetők lesznek, ha erre nekünk időt engedélyeznek, de nem lesznek visszafizethetők, ha azonnal követelik azokat tőlünk.…


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